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> La cuestión territorial |
Desde que se supo que la Constitución Española reconocería el
derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones, empezó a
cuestionarse la situación de
las tierras murcianas en este nuevo Estado autonómico. Una vez
acreditado que Murcia era Murcia, y que no podía integrarse ni en
Andalucía ni en Valencia ni en La Mancha (como se había sugerido
desde Madrid), era el momento de ver qué territorios debían formar
parte de la futura región autónoma.
Una de las principales aspiraciones murcianas en estos años
fue la de reunir en la nueva división administrativa a todos los territorios que habían formado parte del Reino de
Murcia y que compartían historia y cultura con los de la
provincia de Murcia creada en 1833.
Como bien entendieron los estudiosos del regionalismo murciano y los
políticos del momento, era imposible defender la autonomía del
pueblo murciano partiendo de los (entonces) 43 municipios de la
provincia, e ignorando su marco natural (la Cuenca del Segura) y la
tradición histórica del Reino de Murcia. Desde los primeros pasos de
la preautonomía, e incluso antes de que ésta se iniciara, la
definición del territorio que habría de comprender la futura región
murciana se convirtió en una de las principales preocupaciones.
Diversas concepciones sobre el
territorio murciano |
La definición del marco territorial de la futura autonomía murciana
fue una de los principales aspectos de la Transición murciana. En
aquellos años, el debate político y social, reflejado en multitud de
artículos y en constantes publicaciones en prensa, fue intenso y
controvertido, aunque unánime en lo esencial: la Región Murciana no
coincidía con la provincia de Murcia.
La nueva reorganización territorial del Estado se planteaba como una
única e histórica oportunidad para corregir los desaciertos de una
división administrativa (la de 1833), que contaba con todas las
críticas y que nos había sido impuesta hacía 150 años.
Todos los teóricos del regionalismo murciano tenían claro que los
elementos de integración, los perfiles de la nueva región murciana,
pasaban principalmente por la unidad geográfica que ofrecía la
cuenca del río Segura.
Se trataba, al hacer una nueva e histórica división territorial del
Estado, de corregir los desaciertos de una división administrativa
que contaba con todas las críticas. Pero tampoco en esta ocasión fue
posible.
El territorial era un elemento esencial para iniciar el camino
autonómico. Pero éste se inició sin definir este extremo (aunque
siempre pensando en ello) y, al final, fueron los territorios que en
principio se creía podrían formar parte de la nueva región (que
tenían cierta identidad común con nuestra región pero ubicados
administrativamente en otras provincias próximas), los que no
llegaron a recoger la invitación que se les hacía desde Murcia,
arrastrados por la corriente autonómica de sus actuales Comunidades.
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Desde 1833, y durante 150 años, las provincias de Albacete y Murcia
estuvieron unidas formando una misma Región Murciana, como
continuación histórica de lo que durante los últimos siete siglos
había venido siendo el Reino de Murcia.
En 1982, la provincia de Albacete pasó a pertenecer a Castilla-La
Mancha como resultado de un proceso un tanto extraño,
provocado por la precipitación final con la que se cerró el proceso
autonómico, que había entrado en vigor incluso antes que la
Constitución de 1978. En este proceso faltó una evidente
participación de la sociedad civil y, sobre todo, perspectiva y
conocimiento histórico a los políticos que representaban a la hoy
exigua Región de Murcia.
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Hasta el siglo XIV las comarcas del sur de la provincia de Alicante
habían formado, junto a las actuales tierras murcianas, un mismo
país con diferentes configuraciones según la época. Por ello, y a
pesar de su integración en el Reino de Valencia tras la sentencia de
Torrellas (1304), este territorio ha mantenido una identidad
diferenciada, caracterizada por la pervivencia de estructuras
económicas y sociales compartidas en todo el sureste peninsular.
Sin perjuicio de lo anterior, encontramos dos territorios en la
provincia de Alicante que muestran tal identidad histórica,
lingüística, social y cultural con las tierras murcianas, que su
actual ubicación en la Comunidad Valenciana ha sido puesta en
cuestión. Se trata de la Vega Baja del Segura, prolongación natural
y cultural de las otras dos vegas; y las ciudades de Villena y Sax,
integradas en el Reino de Murcia hasta 1836.
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Durante los años de Transición, un proceso absolutamente
condicionado por los miedos existentes ante las debilidades de los
anteriores periodos democráticos de España, se arrebató la
posibilidad de un debate sobre un futuro común para las provincias
de Murcia y Almería, que mantienen evidentes similitudes culturales
e históricas, además de necesidades y perspectivas de futuro también
idénticas.
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Las gentes del sureste peninsular, que habitan las actuales
provincias de Murcia y Almería, comparten un sustrato etnográfico y
una identidad muy similar. A este punto de partida se le suma la
problemática actual en la que coincide en ambos territorios, el
abandono secular de los diferentes gobiernos y las sobradas
capacidades demostradas para desarrollar sin apoyo de
infraestructuras ni fomento alguno un tejido económico, comercial e
industrial de indudable peso específico.
No obstante, las incertidumbres que se plantean son de tal calado,
que merece una reflexión que nos puedan llevar a actuaciones
conjuntas de defensa de unos intereses absolutamente coincidentes
que se apoyan en una misma base humana y cultural.
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