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Causas fundamentales de la separación |
EL DOBLE COMPONENTE TERRITORIAL DE LA PROVINCIA DE ALBACETE
La provincia de Albacete diseñada por Javier de Burgos en
1833 se configuró a partir
de las tierras
septentrionales del
Reino de Murcia
(partidos de Albacete y
Chinchilla, y parte de los de Hellín, Villena, Cieza y Segura de la
Sierra), al entenderse como un desdoblamiento de la provincia
histórica (Reino de Murcia) en dos provincias administrativas
(Murcia y Albacete).
Sin embargo, para conseguir que las nuevas provincias fueran homogéneas en su dimensión,
a estas tierras del
norte del Reino de Murcia se incorporaron otras que hasta entonces
habían pertenecido a las vecinas provincias de Cuenca (La Roda y La
Manchuela) y de La Mancha (Sierra de Alcaraz y Campo de Montiel).
De esta manera, en la provincia de Albacete se produjo un fenómeno
insólito en la configuración del mapa provincial español: se
unieron en una misma provincia pueblos murcianos y castellanos, con gentes de distintos
reinos, tradiciones históricas dispares, diferente personalidad
regional, y cultura y
derecho diversos.
Debido a estas incorporaciones territoriales, la provincia de
Albacete, que había quedado adscrita a la región murciana, quedaba condicionada por un importante componente
castellano: dos tercios de sus municipios se encuadraban en el
ámbito geográfico, social, económico, lingüístico y cultural de La
Mancha. Por ello, no es de extrañar, por tanto, que durante la Transición,
cuando esta provincia se plantea su identidad, triunfara la opción mancheguista,
aunque ello supusiera el paso a Castilla de municipios netamente
murcianos, pues, como reconocía Francisco Fuster, director de la
revista Al-Basit, «aparecerían como auténticamente murcianas, por
razones históricas y de toda índole las siguientes poblaciones: Albatana, Almansa, Elche de la Sierra, Férez, Fuente Álamo, Hellín,
Letur, Liétor, Montealegre del Castillo, Nerpio, Ontur, Socovos,
Tobarra y Yeste».
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LA COINCIDENCIA TOPONÍMICA
Otra de las circunstancias que suscitaron las dudas de gran parte de
los albaceteños hacia la Región Murciana fue, sin duda, la
coincidencia toponímica entre la región, la provincia y la
ciudad de Murcia.
De ello se lamentó el yesteño Amable Gallego Cozar en el
diario "Línea" el 21 de enero de 1979, como consecuencia de su
artículo «Albacete, Murcia y los regionalismos», elaborado
para el II Concurso sobre Regionalismo.
En este artículo, en que lamenta la separación de Albacete, dice
que «cuando me entero de que Albacete ya no será Murcia, siento
una sensación extraña, como si algo muriese en mi alrededor», y
a continuación se pregunta: «¿Se separaría Albacete de Murcia si
Murcia-región no tuviera el mismo nombre que Murcia capital de
provincia? Seguramente que no, pero el protagonismo de
Murcia-provincia, sin quererlo, circunstancialmente, ha ahogado a la
región, por eso es lógico que esto suceda». Dice luego que «si
preguntamos a alguien de dónde es y nos dice que es de Extremadura
volvemos a preguntarle ¿pero de Cáceres o de Badajoz? Pero si nos
dice que es de Murcia no pensamos que pueda ser de La Roda o de
Alcaraz o de Elche de la Sierra. Sí, en cambio, pensarán que sea de
Totana, Cartagena o Jumilla. Por tanto Albacete queda relegado a
murciano de segundo orden».
Este mismo problema se ha dado en otros territorios de la Península.
Anselmo Carretero, en su libro "Las nacionalidades españolas", analiza las consecuencias de esta ambigüedad
toponímica en el caso de Valencia, y sus conclusiones son
perfectamente extrapolables a la Murcia biprovincial de aquellos
años: «Al regionalismo valenciano le ha perjudicado la
coincidencia del nombre del antiguo reino con el de la capital y la
provincia. La partición del territorio regional en tres provincias,
al establecerse la organización unitaria y centralista de la
monarquía española todavía vigente, fue un golpe a la cohesión del
País; a partir de entonces, los valencianos serán oficialmente
castellonenses, valencianos o alicantinos, y todos ellos gobernados
desde Madrid. El gentilicio valenciano pierde en parte carácter
regional».
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El empujón definitivo hacia La Mancha |
Otras circunstancias, originadas durante el franquismo, supusieron
el empujón definitivo para que durante la Transición la provincia de
Albacete se sumara a la iniciativa autonómica castellano-manchega.
Así lo expresa el entonces presidente del ente preautonómico
murciano, Antonio Pérez Crespo:
«Este alejamiento de Albacete de la
región de Murcia es fruto de la desacertada política que se
ha seguido con la provincia hermana. Parece que aquí todo se
reducía a traer la sala de lo Civil y de lo Contencioso de
la Audiencia Territorial y que se negaban a concederle una
Facultad de nuestra Universidad. Yo creo que si la política
murciana -y no culpo a la política actual ni a la inmediata-
desde que Albacete existe como provincia, hubiese sido
llevada con más habilidad por los políticos murcianos,
existirían bases suficientes para que Albacete, que
históricamente es parte del reino de Murcia, se sintiese
plenamente identificada con nosotros». |
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LA AUDIENCIA TERRITORIAL
Con la nueva configuración territorial del Estado, diseñada por la
Constitución de 1978, se preveía una adaptación de la planta
judicial al nuevo modelo autonómico, creando los llamados Tribunales
Superiores de Justicia.
Albacete había sido sede de la Audiencia Territorial y del Colegio
Notarial de los que dependían las provincias de Murcia y Albacete,
por lo que esta ciudad estaba llamada, sin ninguna duda, a tener
un papel capital en la estructura de la Administración judicial
murciana, como otras ciudades que, sin ser capital autonómica, son
sedes de los TSJ de sus respectivas Comunidades (La Coruña, Bilbao,
Burgos, Cáceres, Granada y Las Palmas de Gran Canaria). Y era tal
esta vocación, que, de hecho, Albacete es hoy sede del TSJ de
Castilla-La Mancha.
Sin embargo, la falta de visión de futuro de los representantes
políticos que participaron en la génesis de la Comunidad Murciana,
sumado a espurios intereses de algún despacho de abogados ubicado en
la capital murciana, llegó a plantear como innegociable el que la
sede de este Tribunal debería estar en la ciudad de Murcia, elemento
que resultaba del todo inaceptable, como es natural, entre los
juristas albaceteños y la sociedad de dicha ciudad.
Poco hubiese costado a estos políticos, si hubiesen tenido una
visión real de la sociedad a la que estaban representando, que
Albacete hubiese sido sede de todos los organismos judiciales
regionales de esa frustrada Comunidad Murciana biprovincial.
¿Qué sucedió? Pues fue algo tan absurdo como muchos capítulos de
nuestra historia. Dos hermanos abogados, dueños de un afamado bufete
de la capital murciana, fueron los “encargados” de negociar este
asunto; y entre sus prioridades más importantes figuraba,
evidentemente, el potencial aumento de facturación que iba a suponer
el tener en sus inmediaciones una sede judicial que vería los
asuntos más sustanciosos en cuanto a la aplicación de la tarifa de
honorarios.
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LA UNIVERSIDAD
La provincia de Albacete formaba parte del distrito universitario de
Murcia y había solicitado de esta Universidad, no sólo la
descentralización de algunas escuelas universitarias, sino también
la creación de facultades de Veterinaria y Derecho en la capital
albacetense. El 1 de julio de 1979, el periódico «Crónica de Albacete»,
tras manifestarse contrario a la regionalización, publicó un
editorial en el que aborda esta cuestión de gran trascendencia:
«Hace tiempo, en uno de esos períodos en
el que el tema de la Universidad absorbe la atención,
advertíamos de las consecuencias negativas que podría tener
nuestra adscripción a Castilla-La Mancha a la hora de
solicitar las Facultades universitarias que Albacete
necesita y exige de la cabeza del distrito (Murcia), que es
y seguirá siendo durante mucho tiempo. Los hechos han
confirmado aquella premonición que no era sino el resultado
de una contemplación serena de las circunstancias y de la
lógica. La Junta de Gobierno de la Universidad de Murcia ha
negado a Albacete las Facultades de Veterinaria y Derecho
que tenía solicitadas, argumentando dos aspectos
fundamentales: que Albacete, como provincia disidente de la
región murciana, debe pedirlas a la futura, incierta,
extraña -diseminada entre cuatro o cinco provincias- y en
todo caso intangible Universidad de La Mancha, y que no hay
razón para la de Derecho, porque la Facultad de Murcia no
está saturada. Con la primera de las razones sobraba, porque
es bastante y, como ahora se dice con abuso, coherente. La
segunda razón estaba de más, porque no hacía falta, y además
porque no es el objetivo que la Facultad de Murcia se
sature, sino que Albacete disponga de la suya. [...] El primer fruto de la regionalización ya lo hemos
recogido. Nos quedamos, de momento, sin unas Facultades
universitarias que, de no estar embarcados en la romántica
historia de La Mancha, seguramente tendríamos en seguida,
aunque la Facultad de Murcia siguiera sin saturarse. Y todo
por el “ente”, que es como, por ahora, se llama a la
situación preautonómica de la región Castilla-La Mancha.
Excelente denominación, voluntariamente impuesta en su día
por el Ministerio para las Regiones. Por una parte quiere
decir “lo que existe o puede existir”; por otra, “sujeto
ridículo”. Con las salvedades gramaticales, creemos que se
acertó en la segunda versión del vocablo». |
La sociedad civil albacetense se mostró molesta por esta actitud de
la Universidad murciana. Así,
Matilde Massiá, presidenta de la Asociación de Amas de Casa, dijo
que si Albacete tenía que irse a Murcia por la Universidad «hace
más de 100 años que pertenecemos a ella cuando Murcia no ha
permitido nada a Albacete e incluso a los alumnos los ha tratado mal
en sus Facultades, considerándolos casi alumnos libres. Por esta
razón las carreras se han tenido que estudiar en Madrid y Valencia.
En todo caso Murcia intentó quitarnos la Audiencia Territorial y las
Facultades no nos las dará seguramente». En la misma línea, el
escritor José Serna, en relación con esta cuestión, afirmaba que «si
hay que conseguir algo pidiéndolo como limosna, es preferible no
hacerlo». |
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