El hablar por estos pagos del Señor, y a esta
altura de la película, de autonomía y valores autonómicos, más de
uno y más de dos lo podrían interpretar como un premeditado, alevoso
e imperdonable acto de cinismo. ¡Con lo bien que estamos y vivimos
(algunos), a cuento de qué estas pijoterías!, exclamarán.
¿Que la gente dice que somos una pedanía de Madrid? Bien, qué más
da, si pudiéramos lo seríamos de Washington, que todo se andará.
¿Que viajar en ferrocarril por la línea de Madrid es una aventura de
riesgo? Pues también tiene su aliciente y ya nos han prometido
nuestros amos y señores que antes que finalice el siglo estará el
problema solucionado. ¿Que dentro del Estado español es la autonomía
menos valorada por los ciudadanos? Pues no es tan malo: de eso, que
se sepa, no se muere nadie. ¿Que en las elecciones generales las
cabeceras de lista las ocupan los “paracaidistas” con teóricas
misiones de alcahuetería ante el Gobierno central? Y no pasa nada.
¿Hay alguna protesta? ¿Algún descalabro electoral? ¿Acaso causan
molestias estos señores? ¿Por un casual alguien los conoce? ¿Pero
cuándo ha habido aquí autonomía, cuándo la gente ha hecho el menor
gesto autonómico? Pues nunca jamás. Es que somos así, gracias a
Dios.
Pues, aunque parezca mentira, como dice la copla, y lo hayamos
olvidado (que somos muy olvidadizos), hemos sido a lo largo y ancho
de la historia, en todo tiempo y lugar, muy autonomistas,
incomparablemente autonomistas, aunque a mí me dé la impresión de
que en este asunto hemos ido en más de una ocasión con el paso
cambiado. Veamos si no:
Ya allá por el siglo III antes de Cristo se produjo aquí el primer
pacto autonómico entre mastianos y cartagineses en virtud de la cual
se produjo el establecimiento de estos últimos dentro de unas
coordenadas pacíficas y colaboradoras.
En el siglo VIII de la era cristiana, como consecuencia de la
invasión árabe de la Península Ibérica, se produjo la capitulación
del territorio Todmir, cuyo dirigente, el duque Teodomiro, firmó en
el 713 con el emir Abd-al-Aziz un tratado de autonomía, documentado
históricamente.
A partir del año 1031 desaparece la unidad política de Al-Andalus y
surge el importante e influyente reino taifa de Murcia, una época
verdaderamente brillante y esplendorosa, como nunca se haya conocido
por aquí, ni antes ni después, salvando lógicamente las diferencias
históricas.
Alguien dirá que estos ejemplos son muy lejanos, que necesitamos
otros más cercanos que nos devuelvan la memoria y conciencia
perdida. Pues también los hay. Como el que no quiere la cosa y a la
vuelta de la esquina tenemos la mayor apuesta autonómica que pueblo
alguno en los tiempos modernos haya protagonizado y que culminó con
el levantamiento cantonal, cumbre y gloria de nuestro pueblo, genio
y figura hasta la sepultura.
Pero lo más curioso del caso, algo que inclusive nos pueda parecer
insólito, es que en tiempos tan poco propicios como los franquistas
se produce aquí la primera experiencia descentralizadora y, en
cierta medida, autonomista teniendo en cuenta las coordenadas
históricas del momento, con la creación de un ente supraprovincial
que se denominó Sureste y que englobaba a las provincias de
Albacete, Alicante, Almería y Murcia. Y como el movimiento se
demuestra andando, se puso en marcha un experimento de desarrollo
que al mismo tiempo significaba un reequilibrio hidráulico nacional.
Me estoy refiriendo al trasvase Tajo-Segura. El trasvase, para bien
o para mal, ha supuesto la obra más importante que nunca se haya
realizado por estos lares. El gran crecimiento urbanístico,
turístico y agrario experimentado al Sur de Alicante y en parte de
Murcia fue y es debido al dinamismo económico que generó tan
manoseado proyecto. En gran medida, queramos o no, somos hijos de
esta aventura autonómica que se denominó Sureste. Obra que quedó
inconclusa por la desaparición acelerada del régimen que la
concibió.
Con la llegada de la democracia se produjo la precipitada
estructuración autonómica del Estado de las Autonomías, que aquí
tuvo consecuencias verdaderamente desastrosas y funestas. Del
Sureste cuatriprovincial, se pasó a la Región uniprovincial de
Murcia, a la soledad más absoluta. Pérez Crespo, en más de una
ocasión, ha echado la culpa de esta brillante acción (para atrás) a
los socialistas, que metidos en líos internos (nada nuevo), no
reaccionaron a tiempo, ya que los caciques de turno, de los partidos
del momento, tenían prisa en repartirse el suculento pastel
autonómico.
Paradojas de la vida, la democracia parlamentaria no parlamentó y
hurtó a la sociedad de un debate, a todas luces justo y necesario.
(LA OPINIÓN, 11 de octubre de 2003)
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