El regionalismo murciano vuelve a florecer con el advenimiento de la
Segunda República, en 1931. El nuevo sistema político vino
acompañado de una proliferación de clamores regionalistas a lo largo
y ancho de la geografía peninsular. Acorde con ello, el artículo 1º
de la Constitución definía la República como un «Estado Integral
compatible con la autonomía de los municipios y las regiones». Las
palabras clave de este artículo, Estado integral, fórmula de
compromiso y motivo de enconadas discusiones, se debieron a un
murciano, Mariano Ruiz Funes, como forma algo híbrida, de evadir la
definición del Estado como unitario o federal.
Murcia pronto intentó equipararse a las regiones
punteras en esta nueva estructuración. En julio de 1931, el alcalde
de Murcia, el radical-socialista Luis López Ambit, recogiendo las
viejas tradiciones históricas y las aspiraciones de Ibáñez Martín,
lanzaba un manifiesto difundido ampliamente por todo el Sureste, en
el que se afirmaba que «nuestra Región natural es la cuenca del Segura y los
ríos que unen la montaña con el litoral. Albacete y Murcia, gran
parte de Alicante (cuanto es dependiente del Segura) y bastantes
pueblos de las actuales provincias de Almería, Jaén y Granada,
constituyen nuestra Región».
Pero López Ambit no se limitó a esta declaración de intenciones,
sino que planteó
también la cuestión a los Ayuntamientos democráticos recién elegidos
en las demás provincias y obtuvo positivas adhesiones.
Concretamente, a raíz de una asamblea al efecto celebrada en
Alicante, los pueblos de habla castellana de esa provincia se
mostraron partidarios de la integración en la Región Murciana en vez
de la Valenciana. Los municipios de Albacete acordaron esperar a dar
su contestación a que las Cortes definieran el marco constitucional.
Sin embargo, pasados los primeros
momentos de euforia autonomista, la República se siguió una táctica dilatoria,
encabezada a la vez tanto por los socialistas como por la CEDA, los
dos grandes partidos de masas. La razón, según Santiago Varela,
estribó en la desconfianza de los partidos con vocación nacional
hacia los regionalistas. El problema regional no fue,
pues, afrontado en su integridad por la República, sino manipulado y
desvirtuado. Tampoco fue
posible entonces llevar a cabo la definición geográfica que cabía esperar, ni
siquiera iniciar el proceso de regionalismo murciano.
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