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La peculiar deriva electoral de la Comunidad Murciana (¿Por qué arrasa el PP?)

Recientemente el CIS ha publicado un estudio sobre la estimación de voto en las próximas elecciones autonómicas de 2011, del que se desprende que el Partido Popular mejoraría significativamente sus resultados en la Comunidad Autónoma de Murcia respecto a los últimos comicios de 2007, rompiendo nuevamente su techo electoral.

En un primer vistazo, esto no puede sino llamar la atención de cualquier observador, si atendemos, entre otras circunstancias, al tiempo que lleva este partido en el Gobierno autonómico, al deterioro del entorno económico y laboral de la Comunidad Murciana (notablemente superior al de otras partes del Estado y que tiene que ver con decisiones estratégicas de este Gobierno, que apostó hacia un monocultivo del ladrillo, dejando caer deliberadamente otros sectores que le estorbaban, como el agrícola, el industrial o el agroalimentario) o la cantidad de cargos imputados por corrupción en los gobiernos de la institución de turno, sean del partido que sean.

La prensa ha intentado hallar constantemente las razones que puedan justificar este llamativo fenómeno, sin que nadie haya sido capaz de ofrecer una respuesta satisfactoria. Desde Jarique vamos a intentar dar una nueva visión de esta realidad, que quizás pueda explicar esta peculiar evolución electoral. Partimos siempre de que la defensa de los valores identitarios murcianos no se encuentra representada por ninguno de los grandes partidos de ámbito estatal, que actúan como meras franquicias (es decir, marcas conocidas explotadas en exclusiva en un territorio), y que, como tales, son militantes activas en el negacionismo de la identidad murciana.

Así pues, en este proceso de aumento continuo en el voto hacia el mismo partido que lleva gobernando dieciséis años, entendemos que existe un elemento soterrado de “apostasía identitaria de lo murciano”; es decir, una renuncia consciente de nuestra identidad como resultado de un proceso que tiene como hilo conductor evidente nuestro sentimiento como colectivo y nuestra percepción de pertenencia a lo español o no.

Si a cualquier encuestado imaginario que se encontrara dentro de la media de ese universo estudiado por el CIS le preguntásemos si en Murcia se habla mal, respondería con toda seguridad que sí, que se habla mal o muy mal. Esta afirmación es una muestra inequívoca de una falta de autoestima como grupo, basada en la creencia de que se pertenece a un grupo que es inferior. En esta respuesta se refleja un deseo de hablar como en Valladolid, en Burgos o en Madrid, por ser lo bueno, lo correcto; cuando esto es algo que, sin embargo, está lejos de la realidad, como evidencia el hecho de que, de 450 millones de hablantes del español en el mundo, apenas 10 utilicen esa modalidad, lo que ya indica que es imposible que los 440 millones restantes hablen mal: simplemente hablan otra variedad de esta lengua.

Con esta respuesta, que revela una dramático complejo de inferioridad, lo que este encuestado estaría demostrando es un deseo de pertenecer a un grupo (“lo español esencial”), del que de forma inconsciente no consigue sentirse parte, por faltarle elementos fundamentales que conformarían ese ideal deseado de lo español. Esto hace que necesite hacer una afirmación activa que le permita sentirse integrado y aceptado en esa esencialidad hispánica; es decir, un acto manifiesto de huida de lo que se es para afirmarse en lo que se quiere ser, como ya hicieron en otros tiempos el muy francés Napoleón (nacido en Córcega), el muy alemán Hitler (nacido en Austria) o los muy ingleses cipayos (nacidos en la India). Como se suele decir, “ser más papistas que el Papa”.

Este fenómeno, muy conocido a lo largo de la historia, no es otro que el de la fe del converso, propio de aquéllos que, tras haberse convertido al catolicismo desde el islam o el judaísmo, pasaron a ser paradigma de la fe cristiana, defensores de sus valores más ortodoxos y colaboracionistas con quienes reprimían y perseguían a sus recientemente desechados hermanos de fe.

El apoyo creciente al Partido Popular, como encarnación política de los valores esenciales de lo español, es una consecuencia natural de este mecanismo de falta de autoestima y consiguiente apostasía identitaria que estamos describiendo. Es otra pieza más de un arquetipo de esencialidad hispánica que se hace necesario apoyar y exteriorizar, porque ello nos hace pertenecer a esa idealidad de lo español y ser aceptados por los dirigentes. Y así ocurre con otros elementos visibles de este arquetipo, como la pujanza de lo católico a ultranza, la exaltación monárquica (como se aprecia en los callejeros de nuestras ciudades), la defensa de lo taurino o la ostentación de sus elementos deportivos (selección española, Real Madrid), exhibidos todos ellos de forma casi rayana en el patetismo.

La propuesta de un grupo de juristas de retirar el monumento al Corazón de Jesús de Monteagudo o la Cruz de la Muela que domina la ciudad de Orihuela desató una respuesta exacerbada y fanática en determinados círculos ultracatólicos, que convirtieron en una cruzada contra sus promotores (“Mazón al paredón”) lo que debería haber motivo para generar un sosegado debate.  La bandera de España instalada en el puerto de Cartagena, con unas dimensiones de 8 x 10 m y un mástil de 25 m de altura, es quizás la más grande de cuantas se han colocado recientemente en nuestra tierra. Podemos encontrar otras semejantes, siguiendo el ejemplo de la madrileña Plaza de Colón, en importantes enclaves de la Ciudad de Murcia, Puerto Lumbreras, Yecla o Cehegín.  Entre los nombres de nuestras calles y plazas es cada vez más habitual encontrar referencias monárquicas. En esta sección del callejero de Murcia aparecen Juan Carlos I, Infanta Elena, Infanta Cristina, Conde de Barcelona y Príncipe de Asturias. En otras zonas de reciente urbanización están también Don Juan de Borbón, Princesa Letizia e Infanta Leonor.

En lógico correlato, despiertan sensación de rechazo los nacionalismos periféricos, por considerarlos una amenaza para los valores esenciales de lo español, así como otras formaciones políticas estatales, como IU o PSOE, por entenderlas excesivamente permisivas con esas realidades (Algo similar ocurre en la Comunidad Valenciana, donde se quiere hacer ver que el apoyo al PP supone defender “lo español” frente a “lo catalán”, que es lo subversivo, lo disgregador, lo antiespañol). Todo lo anterior resulta cuanto menos paradójico, si recordamos que la aniquilación identitaria murciana encontró también en el PSRM-PSOE en los años que gobernó (hasta 1995), un luchador activo, incansable y voraz de todo lo que supusiese la afirmación de lo murciano. Aquella clase política entendía que hacer una afirmación identitaria de nuestro pueblo sería un lastre en su proyección política personal hacia Madrid, lo que contrasta con la actitud mantenida por este mismo partido en otros territorios del Estado.

La consecuencia de todo lo anterior es la instalación en el subconsciente colectivo de esta sociedad de toda una doctrina que podríamos denominar del buen vasallo, como demuestra la sensación generalizada a nivel popular de que es necesario llevarse bien con el señorito, con el que manda, que tiene más valor conseguir un buen enchufe que tener derechos, o que es mejor resolver los problemas a través de conocidos que perviertan los sistemas generales establecidos en las leyes que siendo sujeto de derechos civiles y políticos. Es la Murcia berlusconizada.

En esto mismo reside la explicación a la pasividad pasmosa que muestra nuestra sociedad ante la gravísima situación por la que atraviesa: el buen vasallo jamás debe señalarse para no perder la aceptación del señorito que pueda dejarle al margen de los circuitos económicos y privarle de toda posibilidad de prosperar profesionalmente.

En conclusión, si el próximo 22 de mayo se confirman los pronósticos, esta nueva subida en votos del Partido Popular tendrá mucho que ver esta falta de autoestima dramática e intestina de la sociedad murciana, que muestra un lamentable complejo de inferioridad respecto a lo esencial hispánico, que le lleva a querer convertirse en el mayor adalid de esos valores.
 

 

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Actualización: 12/05/2011