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Una Diócesis de nuevo cuño con la conquista cristiana

Cabría preguntarse si el restaurado Obispado de Cartagena es una continuidad del desaparecido con la llegada de los musulmanes en el siglo VIII. La respuesta no puede ser otra más que el no, pues nos encontramos con una estructura de poder creada absolutamente ex novo.

Desde el final del periodo de ocupación bizantina, Cartagena entra en una crisis que se prolongará durante todo el periodo musulmán; así lo demuestran hechos como que en el Tratado de Todmir no aparezca mencionada la ciudad de Cartagena, o que en las fuentes del periodo hispano-musulmán nunca aparezca mencionada como
Madinat, sino simplemente como Qartayanna, lo que denota escasa relevancia demográfica y débil ascendencia sobre el territorio que la rodea.

Ya en aquella época la Diócesis había entrado en franca decadencia en favor de la Archidiócesis de Toledo, como se puede comprobar en el III Concilio de Toledo (siglo VII), donde no firma ya el prelado de Cartagena, sino el de Begastri. Quinientos años -de la alta a la plena Edad Media- suponen el paso de numerosísimas generaciones; y el viejo Obispado había quedado completamente en el olvido.

Por ello, cuando en el siglo XIII (siglo en el que se redescubre la grandeza del Imperio Romano y su cultura jurídica, lingüística, filosófica, etc.) se conquista el Reino de Murcia, precisamente por un monarca con grandes aspiraciones imperiales, verá como oportunidad inmejorable entroncar la configuración del nuevo territorio con la tradición romanista. De ahí que Cartagena, aprovechando además que había quedado despoblada tras su conquista por las armas, sea elegida como sede de una nueva Diócesis, creada para evitar la posible anexión de este territorio por los Obispos vecinos.

De esta manera, la “restauración” de la Diócesis en Cartagena no supone un paréntesis desde la época romana hasta el siglo XIII, sino, como hemos dicho, una desaparición y una nueva creación. La pretendida unidad histórico-temporal de la Diócesis de Cartagena no existe. Puesta a cero, por tanto.


 

La nuestra no es la historia de un territorio, sino la de un grupo humano

Según el profesor Rodríguez Llopis, «una historia de la Región de Murcia es la historia de una comunidad de hombres y mujeres que, en la actualidad, viven en un territorio concreto y participan de una cultura común que ha sido generado a lo largo de varios siglos. Por tanto, la historia de la Región no es la historia de un espacio geográfico, sino la de unos grupos humanos que han tenido su origen en un momento dado y que forman hoy lo que denominamos como sociedad murciana. La Región de Murcia surgió como tal tras la aprobación de su Estatuto de Autonomía el 25 de mayo de 1982, aunque los pueblos que la integran hunden sus raíces culturales en una sociedad anterior que se instala en este territorio a mediados del siglo XIII y que, durante siete siglos, genera una cultura común que identificamos ahora como murciana.

En este sentido, nada tienen que ver con nuestros orígenes la cueva Victoria, como tampoco puede afirmarse que los pueblos de la cultura del Argar hayan dejado alguna influencia en “lo murciano”. Avanzando, aún más, sobre esta idea, ni la ocupación púnica ni la romana son precedentes necesarios de nuestra cultura; es cierto que, por vez primera, estos pueblos extraños al territorio desarrollaron sobre él un proyecto político de dominación, pero es imposible identificarlo –ni siquiera geográficamente- con el territorio murciano actual, aunque su centro político fuera la ciudad de Cartagena. Algunas de estas afirmaciones pueden resultar atrevidas, pero nadie podrá negar que la romanidad que sustenta nuestra cultura no nos llegó de Roma, sino que descendió hasta aquí con los conquistadores castellanos y aragoneses del siglo XIII, quienes a su vez la recogieron de Europa en un proceso histórico bien distinto
».

 

Conclusión

La existencia de un Obispo con denominación “de Cartagena” por puro oportunismo de las veleidades imperiales de Alfonso X durante un breve espacio de tiempo de 30 años (frente a más de setecientos como Obispo de -y en- Murcia) no puede suponer nunca la justificación del origen de un conflicto en el que la voluntad de los habitantes de las vegas del Segura nada ha tenido que ver. Si esta rivalidad, como se da en casos no muy numerosos pero sí lamentables, la elevamos a la categoría de “odio”, nos encontramos ante una fractura que coarta de forma triste y casi vergonzosa nuestras posibilidades de organizar y elegir nuestro futuro.

Ya entrado el siglo XXI parece imprescindible superar este “escollo episcopal”. Las necesidades de un mundo globalizado y la defensa de nuestros intereses en entidades cada vez más supranacionales nos obliga a tomar la sólida decisión de superar un conflicto de origen medieval que carece además de justificación alguna, puesto que los murcianos de la Vega no se han llevado ningún Obispo, sino que han sido víctimas durante siglos, al igual que el resto de habitantes del Reino, de una estructura política que no se ha caracterizado precisamente por la búsqueda de un equilibrio de renta entre los habitantes de su jurisdicción, ni mucho menos de su bienestar.


 

 

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Actualización: 20/05/2006