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La antinomia Murcia-Cartagena: el origen

A mediados del siglo XIX el escritor inglés Richard Ford publicó un “Manual para viajeros por los reinos de Valencia y Murcia”. En el mismo, además de valoraciones un tanto particulares de las gentes que habitaban el antiguo Reino de Murcia, describe la vieja rivalidad entre las ciudades de Murcia y Cartagena, y durante su estancia en Cartagena escribe: «Por amodorradas que estén aquí tanto la gente como las aguas, el odio que reina contra la vecina Murcia sigue ardiendo vivamente; nunca han olvidado ni perdonado que se les quitara la sede episcopal».

Es evidente que podemos considerar al hecho del traslado del Obispo de una ciudad a otra como el germen de un conflicto que aún hoy, siete siglos después, sigue limitando de forma lamentable las posibilidades de organización y proyección política de un territorio que ahora conocemos como Región de Murcia.

Esto resulta mucho más paradójico cuando nos encontramos en una sociedad laica, en la que la organización territorial de la Iglesia no es más que un criterio estructural privado de una organización privada, que, aunque con toda la influencia que se le quiera conceder, carece actualmente de la preeminencia de la que había gozado en otras épocas. Y, sin embargo, nos sigue condicionando.

 

La conquista castellana del Reino de Murcia

Siguiendo la obra del profesor Rodríguez Llopis, cuando los cristianos entran en el Reino de Murcia, la ciudad de Murcia era su capital indiscutida, pero «su situación durante los años de protectorado no era la más idónea para establecer en ella todas las instituciones de gobierno. Son años bien documentados para la capital, cuyo protagonismo oscurece al resto de poblaciones, pero los textos conservados dejan entrever la existencia de un cuidadoso proyecto político aplicado por Alfonso X sobre Cartagena […] Cartagena había sido una plaza conquistada por las armas, y al contrario que en Murcia, no se mantenía en ella población musulmana. Más aún, en Murcia estaba la presencia del rey musulmán de Murcia, con un título idéntico al que correspondía arrogarse el monarca castellano […] En las primeras décadas del reinado de Alfonso X todo fueron proyectos destinados a recuperar el tejido social y económico de la ciudad, con actuaciones sobre ella propias de una capital». Esta actitud del monarca es comprensible por ser Cartagena el principal puerto del sur de Castilla, ya que aún no se había conquistado Sevilla.

De entre las actuaciones de Alfonso X para Cartagena, dos fueron las que la elevaron a categoría de Ciudad: su conversión en sede de un episcopado y en cabeza de una Orden militar.

Según Rodríguez Llopis, «
la sede episcopal de Cartagena fue restaurada en 1250, una fecha en la que no podía ni siquiera plantearse establecerla en la capital del reino, poblada todavía de musulmanes. La creación de esta sede afianzaba la tradición romanista que la monarquía castellana comenzaba a adquirir, ya que la vinculaba con la antigüedad romana y visigoda, haciéndola legítima descendiente de aquellas épocas […] La conversión de Cartagena fue un proyecto magnífico para el relanzamiento económico de la ciudad, al convertirla en centro receptor de los diezmos del Obispado, lo que revitalizaría los mercados y estimularía el tejido social».

Todo esto hay que situarlo en el contexto de las ambiciones imperiales de aquel rey “que perdió la Corona por mirar las estrellas”. Cartagena y su puerto tenían el interés que suponía en aquel momento la expansión del reino castellano más allá del Mar Mediterráneo hacia las costas septentrionales de África, que se revelaron como un total fracaso tras las derrotas consecutivas frente a los benimerines y el progresivo fortalecimiento de este Estado norteafricano. Más aún, las costas de Cartagena se revelaron como inseguras frente a las numerosas incursiones de los piratas y corsarios que procedían precisamente de las costas norteafricanas. Este detalle propició precisamente el hecho del traslado de la sede episcopal hacia un punto más seguro, como era en ese momento la capital del Reino, la ciudad de Murcia, donde la población musulmana era cada vez menor. Dicho cese del expansionismo sobre las costas de África afectó también al poder militar, asentado igualmente en la ciudad de Cartagena.

Sin embargo, para entonces (final del siglo XIII) «
la situación de Murcia estaba cambiando significativamente. Había fracasado la rebelión mudéjar de 1264-66 y se iniciaba una abierta política de sustitución de sus habitantes musulmanes por inmigrantes cristianos. La capital del Reino reforzaba su papel de centro político regional, aunque Cartagena fuera la sede de los poderes religioso y naval. Además, la evolución de la política internacional acabó por otorgar la ventaja de este duelo a Murcia, ya que los sueños expansionistas de Castilla sobre el norte de África se esfuman tras las sucesivas victorias de los benimerines y la fortaleza adquirida por este nuevo Estado norteafricano. No sólo hubo que replegarse de África, sino que las costas mediterráneas comenzaron a sentir la hegemonía del poder naval magrebí en forma de corsarismo y piratería. En torno a 1282, la Orden de Santa María se manifestaba incapaz de cumplir sus fines conquistadores y fue absorbida por la Orden de Santiago para dedicar sus recursos a la guerra en la frontera granadina; y el puerto de Cartagena comenzó a verse afectado por la inseguridad que la piratería musulmana introducía en sus costas».

«
Fue un final inmediato. El poder religioso optó por trasladarse oficiosamente a Murcia, convirtiendo la iglesia de Santa María en nueva Catedral, y llevando con ellos las rentas propias al Obispo y Cabildo, más las pertenecientes a la sede catedralicia, lo que significó la ruina de la catedral cartagenera, al quedar desprovista de sus fuentes de financiación. Al Obispo le siguió el Monarca, que trasladó su enterramiento a la catedral de Murcia, y la decadencia de la Orden de Santa María produjo, finalmente, el traslado del monasterio cisterciense al que Alfonso X situó en el Alcázar Mayor de Murcia y en cuya iglesia de Santa María la Real fijó definitivamente su tumba en 1277. Murcia había conseguido centralizar todos los poderes establecidos en su Reino».

 

Conclusión

El Reino de Murcia, por su especial posicionamiento geopolítico, se ve incurso en los habituales vaivenes de la política de Alfonso X el Sabio, que no se demostró como un especial estratega político. El establecimiento inicial de ciertos poderes en Cartagena tras la conquista respondía a un plan estratégico, que fue variando con los años en función de una serie de circunstancias que respondían más al oportunismo expansionista de un rey que pretendió coronarse Emperador, con el éxito de todos conocido, y a la intención de frenar las pretensiones de los Obispos limítrofes, que pretendían absorber el nuevo territorio en sus respectivas jurisdicciones.

Del análisis de los acontecimientos arriba expresados, volvemos a comprobar que el origen del enfrentamiento secular entre las ciudades de Murcia y Cartagena es una cuestión ajena a nuestras tierras y a nuestras gentes, que nada tiene que ver con nuestra voluntad.

 

 

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Actualización: 20/05/2006