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Normativización y normalización lingüística (1) |
Normativización y normalización
lingüística |
La normalización de una lengua supone la
recuperación de su status de lengua “normal”, es decir, de lengua
cuyo su uso oral y escrito sea natural y espontáneo en cualquiera de
las situaciones que se pueden producir en la vida pública y personal
de sus hablantes.
Siguiendo a Ramón d’Andrés Díaz y su trabajo “Los procesos de
normalización de las lenguas”, podemos afirmar que la
normalización social de una lengua entraña necesariamente la
normativización del idioma.
«La normativización es la fijación del código lingüístico del
idioma para adecuarlo a las necesidades de normalización social. Muy
frecuentemente, la normativización es indisociable de la
estandarización, que consiste en la elaboración de una variedad o
dialecto específico, el estándar. Cuando una lengua no está
normalizada socialmente, se utiliza exclusiva o predominantemente de
manera oral en el ámbito familiar. En ese estado primario, la lengua
no tiene más manifestación que la multiplicidad dialectal; lo que
para una lengua normalizada es un aspecto más de su realidad, para
una lengua no normalizada es su única realidad. Además, una lengua
no normalizada se usa única y preferente en registros orales
informales, por lo que no está capacitada para desarrollar sus
capacidades en registros o temas elaborados. La normativización
surge por la necesidad de normalizar socialmente; por tanto, si una
lengua no se normaliza, no se normativiza». No
podemos estar más de acuerdo con estas afirmaciones. Para que una
lengua pueda tener un futuro y que sea posible su desarrollo como
vehículo para la comunicación general, en otros niveles distintos
del familiar y coloquial, es precisa una normativización.
Según apunta d’Andrés, la normativización tiene dos grandes
dimensiones: 1) Fijación de normas lingüísticas de tendencia
unificadora, para que a ellas se acojan todos los usuarios de la
lengua, lo que conlleva necesariamente atribuir la corrección a unas
formas sobre otras, aunque no haya razones de tipo glotológico que
sustenten tal concepto de corrección, y 2) Estandarización,
que implica la elaboración de una variedad o dialecto nuevo de la
lengua, que sirve de referencia común al resto de dialectos, y que
suele ser primariamente escrito.
En la actualidad, casi todas las lenguas habladas en la Península
Ibérica se encuentran normativizadas y en proceso de normalización.
Dejando al margen las lenguas castellana y portuguesa, cuyo proceso
de estandarización y normalización social se ha visto favorecido por
su secular carácter de “lengua oficial”, podemos observar que en los
últimos 150 años se ha producido un importante proceso de
recuperación y dignificación de otras lenguas peninsulares.
Ahora bien, ¿es posible normalizar el murciano? ¿ha habido algún
precedente? ¿en qué situación nos encontramos? ¿cómo se ha
llevado a cabo este proceso de normalización con otras lenguas
peninsulares?
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Tras varios siglos de decadencia y regresión, la
lengua catalana experimentó una importante revitalización a mediados
del siglo XIX. Coincidiendo con las corrientes del romanticismo y
del nacionalismo en toda Europa, surge en Cataluña un movimiento de
recuperación del catalán como lengua de cultura, conocido como “Renaixença”,
en el que se defiende el uso de esta lengua para la creación
literaria (Joan Maragall, Jacint Verdaguer, Àngel Guimerà). En este
sentido, fue fundamental la restauración de los Juegos Florales
(1859).
De este movimiento meramente cultural se pasa a otro de carácter más
reivindicativo, de la mano del catalanismo político, que
reclamaba la utilización del catalán en la enseñanza y en la
administración. En los años siguientes, se celebra el Primer
Congrès Internacional de Llengua Catalana (1906) y se crea el
Institut d’Estudis Catalans (1907). El paso definitivo en la
normativización del catalán vino de la mano de Pompeu Fabra, autor
de las primeras normas gramaticales (1912) y ortográficas (1913), y
del Diccionari general de la llengua catalana (1932).
Tras el paréntesis de la dictadura franquista, en la década de 1970,
el catalán resurge con toda su fuerza, tanto a nivel cultural
(música: Nova Cançó) como político. En la actualidad, se
encuentra en proceso de normalización social. A tal efecto,
hay promulgadas normas de protección y fomento, para generalizar su
uso en centros de enseñanza, medios de comunicación y, en general,
todos los ámbitos de la vida pública y privada, tanto en
Cataluña como en
Baleares.
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Paralela a la Renaixença catalana, se produce en
Galicia otro movimiento de características similares, denominado “Rexurdimento”.
A partir de 1840, grupos de intelectuales perciben Galicia como una
región atrasada, y entienden que la única forma de avanzar es
mediante la asunción política de una conciencia nacional. En este
proceso nacerá la reivindicación de lengua gallega como distintivo
de esa personalidad. En estos años, comienzan a publicarse
periódicos en gallego, muchos de ellos de carácter literario, y una
nueva generación de escritores opta por su lengua materna para sus
composiciones (Rosalía de Castro, Curros Enríquez, Castelao).
La disparidad dialectal de la lengua gallega pone de manifiesto la
necesidad de adoptar una gramática y ortografía normativizada. Tras
varios intentos frustrados en los años precedentes, finalmente se
crea la Real Academia Galega (1906), con la finalidad de
estudiar la cultura de Galicia, y especial, la lengua (desde 1963,
viene celebrando el Día das Letras Galegas).
Tras varios años de silencio impuesto, el gallego vuelve a ser
reivindicado en los últimos años del franquismo, por parte de
diversos colectivos culturales y políticos. En 1971 se crea
el Instituto da Lingua Galega (1971), dependiente de la
Universidad de Santiago. Esta institución, junto con la RAG, es la
autora de las vigentes «Normas ortográficas e morfolóxicas do
Idioma Galego» (1982), que han contribuido de manera decisiva a
la definitiva estandarización de la lengua. En la actualidad,
gracias a la autonomía, los poderes públicos gallegos están
desarrollando
medidas legislativas expresas para la normalización social del
idioma.
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El valenciano es un caso particular, pues se
caracteriza por su doble normativización. Por un lado, las “Normes
de Castelló” (1932), aprobadas con el respaldo de importantes
instituciones culturales valencianas, son unas normas ortográficas
elementales, que siguen el modelo catalán de Pompeu Fabra, aunque
adaptadas al valenciano. Por otro, las “Normes del Puig”
(1979), elaboradas por la Secció de Llengua i Lliteratura de
la Real Academia de Cultura Valenciana, responden al espíritu
rupturista que entiende la valenciana como una lengua independiente
de la catalana.
Se adopten unas normas u otras, en cualquier caso queda clara la
necesidad de la existencia de una normativización que permita el
desarrollo de la lengua, sobre todo, en el medio escrito.
En la actualidad, la institución encargada de la fijación del
valenciano estándar es la Acadèmia Valenciana de la Llengua
(1998), que sigue, en esencia, la normativa de 1932, buscando la
unidad lingüística con el catalán. La Generalitat Valenciana ha
previsto
medidas legislativas específicas tendentes a la normalización de
la lengua en las zonas valencianoparlantes de la Comunidad.
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El proceso de recuperación del vasco tiene
como hito relevante la constitución de la Real Academia de la
Lengua Vasca/Euskaltzaindia (1919), concebida como institución
académica oficial encargada de la protección e investigación de la
lengua, de su tutela social y del establecimiento de normas
filológicas de uso.
Parece evidente que la normativización de la lengua vasca ha
sido la más complicada, entre todas las realizadas, por la
multiplicidad de dialectos existentes, algunos muy diferentes y
hasta incomprensibles entre sí. La necesidad de esta estandarización
había sido puesta de manifiesto y debatida desde casi los inicios de
la literatura vasca, pero no fue hasta la década de 1950 cuando se
decide abordar definitivamente tal empresa, necesaria si se quería
garantizar la supervivencia del idioma. Tras el Congreso de
Arantzazu (1968), convocado por la Euskaltzaindia, se aprueba la
creación del vasco unificado (euskera batua), versión oficial
del idioma, que es, en la actualidad, el empleado en la enseñanza,
la administración pública, los medios de comunicación y la mayor
parte de la producción escrita en esta lengua. Tanto la comunidad
autónoma del
País
Vasco como la de
Navarra cuenta con legislación en materia de normalización
lingüística.
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La recuperación del asturiano es consecuencia de
un movimiento cultural más reciente. El llamado “Surdimientu”,
nacido a mitad de la década de 1970 con la aparición de la
asociación Conceyu Bable, reivindicó la recuperación y el uso
literatario de la lengua asturiana, hasta entonces consumida en
costumbrismo y lenguaje diglósico. En torno a este movimiento
surgieron diversos colectivos culturales y políticos, que
desarrollaron campañas de difusión y promoción (como “Bable nes
escueles”). El papel de la nueva generación de escritores y de
músicos en asturiano ha sido fundamental en la difusión y el
reconocimiento social de la lengua.
El último paso para la definitiva consolidación del asturiano como
lengua moderna y de futuro ha sido la creación de la Academia de
la Llingua Asturiana (1981), a iniciativa del gobierno
autonómico. Gracias a la labor de esta institución pública, se ha
podido fijar una normativa estándar, por encima de las
variedades dialectales, que asegura la coherencia en el uso escrito
de la lengua y, a fin de cuentas, su continuidad. En la actualidad,
el asturiano cuenta con una gramática, un diccionario y unas normas
ortográficas oficiales, que han permitido que pueda ser estudiado en
los colegios e institutos del Principado de forma voluntaria (aunque
su oferta por los centros es obligatoria), o que el Consejo de
Universidades esté estudiando la posible aprobación de la titulación
de Filología Asturiana. Además, cuenta con
protección jurídica expresa, que sitúan al bable en una
situación de cuasioficialidad en su Comunidad. Ahora se reivindica
la oficialidad para la lengua asturiana.
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La última lengua en sumarse a este proceso de
recuperación y normativización ha sido la aragonesa. Durante la
Transición y primeros años de autonomía aragonesa, la hasta entonces
llamada “fabla” experimenta una notable revitalización, gracias a la
acción de diversas asociaciones constituidas para su defensa y
promoción, como el “Consello d’a Fabla Aragonesa” (1976) o el
“Ligallo de Fabláns” (1982). Desde entonces, no han cesado ni
la actividad literaria en aragonés ni su divulgación, tanto por
instituciones privadas como públicas. En la actualidad, la lengua
aragonesa, reconocida y protegida en el Estatuto de Autonomía de
Aragón, espera la
aprobación de una ley, que declare su cooficialidad en los
municipios donde se habla.
En cuanto a la normativización, durante todos estos años, se
han sucedido diversas iniciativas para crear una variante estándar y
unas normas ortográficas consensuadas, que permitan superar el
principal escollo del aragonés, que es su disparidad dialectal. Una
de las más recientes ha sido el “Manifiesto por la Unidad de la
Lengua Aragonesa” (2005), al que se han adherido multitud de
instituciones públicas, colectivos y particulares, en el que se
reivindica la necesidad de afianzar un modelo culto y referencial.
Tras el II Congreso de la Lengua Aragonesa (2006), se ha
decidido formalizar una Academia de l’Aragonés, que asuma la
función de fijar ese estándar normativo que garantice la unidad de
la lengua y asegure la continuidad de su uso.
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