Las causas de la revuelta del Reino islámico de Murcia contra la
corona castellana hay que buscarlas en las consecuencias que tuvo la
capitulación del Reino en 1243. Unos mensajeros del rey
murciano Ibn Hud acudieron a Burgos (o Toledo, según Torres
Fontes) entre los meses de enero y febrero de 1243 para
entrevistarse con el príncipe Alfonso (futuro Alfonso X el
Sabio) y ofrecerle la capitulación del Reino. Las amenazas de los
reinos aragonés y castellano, las enemistades con los árabes de
Granada y los problemas interiores hicieron que el rey de Murcia se
adelantara a los acontecimientos y desechara toda resistencia.
Buscar la protección de Castilla podía ser la solución para evitar
la conquista aragonesa o la guerra con Granada.
El infante no dudó en tal ofrecimiento ni en las condiciones que los
murcianos le impusieron. Durante otra entrevista, esta vez en
Alcaraz, se firmó el pacto de vasallaje definitivo el 2 de
abril de 1243. En realidad se trataba de un contrato tributario, ya
que le entregarían al rey Fernando III la mitad de las rentas
públicas del Reino, quedando la otra mitad para Ibn Hud (según las
teorías de Torres Fontes). A esto habría que añadir el
establecimiento de guarniciones militares castellanas en los
principales núcleos de población. Con la capitulación, los
musulmanes murcianos recibían a cambio protección militar, la
permanencia de sus instituciones (de las que seguirían estando al
frente), lengua, usos, costumbres, etc. En definitiva, el Reino de
Murcia pasaba a ser un protectorado de Castilla, no una colonia
conquistada.
Sin embargo, con la entrada en el reino del infante Don Alfonso,
muchos arraeces del territorio musulmán murciano no quisieron
rendirle pleitesía, como sucedió en Lorca, Cartagena y
Mula. Incluso otras ciudades del Reino de Murcia, cuyos
dirigentes habían firmado el pacto de Alcaraz, ofrecieron
resistencia a los castellanos por la fuerte oposición de la
población, como en Alicante, Orihuela, Aledo y
Ricote, por lo que al final, Castilla se vio obligada a recurrir
a las armas. En 1245, Don Alfonso toma Cartagena,
último núcleo rebelde. Con ella termina la actividad bélica en
territorio murciano, aunque se reanudaría diecinueve años después
con otra revuelta mudéjar.
Tras estos sucesos, la corona castellana trató de dos maneras muy
diferentes a las localidades murcianas. Las que habían sido tomadas
por la fuerza quedaron sin privilegio alguno ni independencia de la
jerarquía islámica; las que habían respetado la capitulación de
Alcaraz se mantuvieron en la práctica autonomía.
La fecha clave para entender la gran revuelta de 1266 es el año
1257. A partir de ese momento, el ya coronado Alfonso X
endurecería su política con un mayor intervencionismo. La lógica
protesta del sector musulmán no se hizo esperar. Las localidades que
respetaron Alcaraz, que habían sido bien tratadas, tampoco se
escaparon de la nueva estrategia castellana. La intención del
monarca fue la de asegurar el asentamiento de pobladores cristianos,
para que, conjuntamente con las guarniciones militares, pudiera
proporcionar una mayor consistencia al dominio de Castilla sobre el
Reino de Murcia.
“Las poblaciones de Lorca, Cartagena,
Alicante, así como las restantes plazas del Reino se vieron
perjudicadas por las medidas del rey, que, consciente de que
si se mantenía en todo lo concertado en las capitulaciones,
en nada se adelantarían sus proyectos de asegurar para su
corona el reino de Murcia”. |
Emilio Molina López
"Historia de la Región Murciana" |
Fue Al Watiq, miembro de la familia de los Banu Hud, quien se
opondría a la política servil de Ibn Hud y sus hijos para con
el rey castellano. Éste anudaría en su persona el grave problema
planteado en el seno de la comunidad islámica murciana, llegando
incluso a escribir al sumo Pontífice para contrarrestar las
injusticias de Alfonso y obligarle a cumplir el convenio firmado en
Alcaraz, aunque el Papa no pudo hacer otra cosa que darle vagas
esperanzas de comprensión y de promesa de escribir al rey cristiano.
Como consecuencia de la demora ante las demandas presentadas, creció
aún más el descontento de los musulmanes murcianos contra Castilla.
Al Watiq se convertiría así en líder de la rebelión murciana
y enemigo del protectorado castellano, aceptando la propuesta del
rey de Granada Al Ahmar de alzarse conjuntamente contra
Castilla. Fue entre el 19 de mayo y el 5 de junio de 1264
cuando se produjo la sublevación, que se adueñó de parte del Reino,
pero sobre todo, porque era lo más importante, de la capital.
También cayeron Cartagena, Elche, Villena, Petrel, Moratalla. Las
localidades que resistieron, por la guarnición castellana presente
en ellas, fueron Lorca, Orihuela, Alicante, Segura de la Sierra y
Almansa.
Triunfante la insurrección en la capital, los mudéjares murcianos
solicitaron ayuda militar a Al Ahmar, quien mandó al arráez de
Málaga en apoyo de Al Watiq. Sin embargo, una guerra civil
estallaría entre el rey granadino y los arráeces de Málaga y Guadix,
que se pusieron pronto del lado de Alfonso X para perjudicarle. Al
situarse las tropas castellanas en la vega de Granada, Al Ahmar
solicitó una tregua e intentó disolver la peligrosa alianza entre
los arráeces y el rey de Castilla ofreciendo a cambio algo
atractivo, como contribuir con su ayuda a acabar con la sublevación
de los murcianos, ya que las plazas castellanas se mantenían con
dificultad de los ataques mudéjares.
El plan era hábil, y ambos pactaron en Alcalá de Benzayde,
dejando a los murcianos abandonados a su suerte. No obstante, Al
Ahmar logró una concesión de Don Alfonso, como fue que, una vez
recuperado el Reino de Murcia, no daría muerte a Al Watiq.
Además, los castellanos recibirían una ayuda que sería determinante,
como la del rey Jaime I de Aragón. Los lazos que le unían a
Alfonso (que era su yerno) y la necesidad de sofocar la rebelión
murciana para que no se extendiera al Reino de Valencia fueron los
argumentos esgrimidos por Jaime ante las Cortes catalanas para que
le financiaran la campaña. Si difícil fue convencer a los catalanes,
las Cortes aragonesas se mostraron en franca oposición a intervenir
en Murcia, lo que llevó al rey a atacar diversas fortalezas de
Aragón.
En un primer momento, Jaime I logró que capitularan pacíficamente
las plazas de Villena, Elda y Elche, a cambio
de que fueran respetados los derechos que tenían antes de la
revuelta. Alicante ya estaba en poder de los castellanos, al
igual que Orihuela, donde el ejército catalano-aragonés
acampó a la espera de tomar la capital.
Sin embargo, Murcia no se presentaba fácil, pues, siendo la
principal fortaleza del reino y centro político de la rebelión,
contaba con poderosa guarnición que estaba esperanzada con la
llegada de nuevos refuerzos de Granada, que enviaba bajo manga Al
Ahmar. Tras una primera intentona fallida, Jaime I sitió Murcia
definitivamente en enero de 1266. El 26 de enero se concertó
la capitulación, y el 2 de febrero, el rey, con lo más granado de
sus caballeros y abundante clerecía, realizaba la entrada oficial en
la ciudad, llegando a la mezquita mayor, convertida en la nueva
iglesia de Santa María.
Faltan datos concretos sobre las concesiones otorgadas por Jaime I a
los musulmanes murcianos. Aparte de las generales de conservar su
religión, jueces y costumbres, hubo otra importante, como fue la de
dividir la ciudad de Murcia entre cristianos y musulmanes, pero
quedaron sin vigencia al devolver los catalano-aragoneses el Reino
de Murcia a la autoridad castellana.
Sofocadas las rebeliones mudéjares comenzó la dominación castellana
del Reino de Murcia. El protectorado tocaba a su fin. Aún así,
Alfonso X cumplió su promesa y no mató a Al Watiq, que quedó como
encargado de los musulmanes instalados en el arrabal de la Arrixaca
en Murcia.
La repoblación, primero catalano-aragonesa y después castellana,
junto con una emigración musulmana hacia Granada, fue la tónica que
vivió el Reino de Murcia en los años sucesivos.
El sistema que crearía Alfonso X fue el de crear concejos grandes y
poderosos, motivado por la necesidad de controlar a las masas
musulmanas, y evitar sus sublevaciones. Éste es el origen de los
tres enormes concejos murcianos que aún hoy perviven: Murcia, Lorca
y Cartagena.
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