A partir de los años 1970, se produce un
impulso de la historia regional murciana, como consecuencia del
incipiente proceso autonómico. En ese ámbito de la historia existía
un espacio absolutamente vacío, no contábamos con un análisis del
pasado regional, por lo que en aquellos momentos se favoreció un
estudio profundo y pormenorizado de la misma. Sin embargo, treinta
años después, aquellos esfuerzos no han fructificado y la
preocupación por la historia regional se ha debilitado. Esto se debe
a varias razones:
1. La sociedad no tiene un conocimiento sobre el tema, ni tampoco
sensibilidad al respecto ni conciencia.
2. Se ha producido una degradación del término “identidad” por la
presión nacionalista centrífuga en el contexto español.
3. Se confunden las tradiciones, la cultura popular o las costumbres
con la historia.
4. La necesidad de llevar a cabo publicaciones y análisis históricos
locales y regionales. El escaso protagonismo que ha tenido en la
historiografía española la historia local y regional ha provocado
que dentro de ese campo quede todavía mucho trabajo por hacer.
Podríamos decir que el hecho regional murciano se fundamenta en
tres fechas esenciales:
- 1243: Se firman las Capitulaciones de Alcaraz por las que
el reino musulmán de Murcia se convierte en vasallo de Fernando III
el Santo, entrando ya en la órbita de la Corona de Castilla de forma
casi definitiva. Comienza aquí, por tanto, la construcción del reino
cristiano de Murcia, que se aceleraría a partir de 1266.
- 1833: Reforma administrativa y territorial de Javier de
Burgos, que elimina las antiguas demarcaciones e introduce la figura
de la provincia. Como consecuencia de ello, desaparece el reino de
Murcia y se crean las provincias de Albacete y Murcia.
- 1982: Aprobación del Estatuto de Autonomía de la Región de
Murcia, marco jurídico que articula las instituciones murcianas
actuales.
Dentro de este recorrido, ¿cómo se entiende el hecho regional
murciano? Que la conmemoración del día de una Región, con tantas
fechas históricas como la nuestra, se haga coincidir con un momento
tan poco enraizado como es la sanción por el rey Juan Carlos I del
Estatuto de Autonomía el 9 de Junio de 1982 deja en evidencia
unos puntos de debilidad y la ausencia de conciencia regional.
Da la sensación de que la historia en este espacio está de más. De
ahí la provocativa afirmación de Guy Lemeunier, Francisco Chacón y
Mª Teresa Pérez Picazo en la introducción de “Materiales para una
historia del reino de Murcia”: Murcia no tiene historia. No
hemos tenido la diferenciación de otros espacios. El antiguo reino
de Murcia forma parte del espacio castellano y de una sociedad
común, con diferencias en su conformación, con una misma fiscalidad
y lengua, pero a la vez con un elemento de definición histórica
fundamental.
Estas tierras se conforman como un reino cristiano que tiene desde
1243 una capitalidad política, la ciudad de Murcia, y una
capitalidad religiosa, Cartagena, bajo la monarquía de Fernando III
y Alfonso X. Un reino que, junto a otros muchos, formaron parte de
una estructura superior, la Corona de Castilla. Tenemos un origen
político y administrativo definido, una institución que se mantuvo
hasta 1833 con una serie de fueros y privilegios que los monarcas
fueron confirmando. Por tanto, la sensación de debilidad antes
mencionada no tiene su origen en un pasado demarcativo pobre, sino
que debemos hablar de una debilidad de identidad contemporánea, que
se traslada a lo político y que no se corresponde en absoluto con el
pasado reino.
Esa es la gran contradicción murciana. Nos encontramos ante
un territorio que tuvo 22.000 km², capital política con sede
inquisitorial, obispal, catedralicia y con voto en Cortes, y una
salida al mar de vital importancia como el puerto de Cartagena, y
cuya ciudadanía, paradójicamente, carece de la mínima conciencia al
respecto.
¿Cuál es la razón de esta situación? Las élites políticas y
dominantes no han tenido capacidad de transmitir el pasado de este
territorio. Un caso totalmente opuesto es el que refleja Caro
Baroja en relación con las élites navarras y vascas, que, tras la
descentralización borbónica, supieron dirigir sus objetivos a la
Corte y ocupar puestos que permitieran perpetuar su status. Las
élites políticas y culturales murcianas, por el contrario, no dieron
el salto, no tuvieron presencia en la Corte. Comienza a producirse
una desigualdad que tal vez explique, aunque sea en parte, la fase
de decadencia que sufre nuestro territorio en el siglo XIX, además
de su casi nula industrialización. El ejemplo de Floridablanca en el
Setecientos es un caso aislado, no protagonizó ninguna “hora
murciana”. El del siglo XVIII fue un falso deslumbramiento, pues
perpetuaron las mismas estructuras que harían del XIX un siglo de
crisis que quizás explique la debilidad de hoy.
Como se afirma en “Materiales para una historia del reino de
Murcia”, si hoy no hay regionalismo o sentimiento regional,
al menos comparable al de otras comunidades, es porque no ha habido,
hasta hace bien poco, una historia regional, es decir, una
síntesis descriptiva y explicativa de las permanencias y
transformaciones de nuestro espacio. Nadie puso en evidencia los
rasgos particulares del reino de Murcia, “de su cielo, de su tierra
y de su pueblo”.
Esta debilidad relativamente reciente, agravada por la mencionada
ausencia de una definición histórica de nuestro concepto regional,
tiene mucho que ver con la desarticulación del espacio: durante los
siglos XIX y XX, Murcia pasó de ocupar 22.000 km² de superficie a
11.000 km², es decir, la mitad. No obstante, es necesario señalar
que esa desarticulación se produjo en dos tiempos (lo que ayudó a
que el proceso no fuera excesivamente traumático), ya que en 1833,
aunque la provincia de Murcia quedó reducida a la extensión que hoy
tiene, también es cierto que la totalidad de la nueva provincia de
Albacete se vinculó a una supuesta región murciana que, aunque sólo
era de carácter nominal, tuvo cierta efectividad en algunos ámbitos,
como el universitario. Por lo tanto, la desarticulación total y
definitiva tuvo lugar en la Transición, cuando la provincia de
Albacete en su totalidad, con sus zonas tradicionalmente murcianas y
aquellas otras que no lo eran, pasó a formar parte de la nueva
comunidad autónoma de Castilla-La Mancha.
El otro precedente de desarticulación territorial, que se produjo en
1304 tras la Sentencia de Torrellas, nos puede dar la falsa
impresión de que el reino de Murcia o el territorio regional que
llamamos Murcia siempre se encontró en recesión geográfica; sin
embargo, esos reajustes geográficos medievales fueron fruto de los
enfrentamientos propios de lugares fronterizos, que implicaban
pérdidas de territorio en momentos de fortaleza del enemigo y
recuperación de posiciones en los de fortaleza propia. No es
comparable, por tanto, la desarticulación de la cuenca del Segura
que se produjo en la Baja Edad Media, con la desmembración de la
histórica región murciana en época reciente, que tiene más que ver
con la debilidad contemporánea mencionada y con la ausencia de un
discurso o análisis de la identidad regional que estuviera presente
en la sociedad en el momento de la formación autonómica.
Otro de los aspectos que han podido influir en esta “paradoja
murciana” es el hecho de que las estructuras municipales se hayan
mantenido casi invariables desde el siglo XVI. Ya en esa
centuria estaban creados 31 de los 45 municipios actuales, lo que
viene a poner de manifiesto la invariabilidad y la permanencia de
las estructuras concejiles que se dan en el espacio murciano desde
el XVI al XXI, a pesar de que la población se haya multiplicado
varias veces durante ese periodo. La principal consecuencia de este
hecho es el mantenimiento de una antigua y fuerte relación entre
vecino y municipio como espacio político y social de referencia
(sobre todo, en los de mayor extensión), lo que difumina la
percepción de otra instancia de poder o administración
supramunicipal y, consiguientemente, dificulta la construcción de un
sentimiento unitario comarcal y regional. |