En la bibliografía consultada para un estudio, iniciado
recientemente, sobre "Huertos tradicionales y variedades locales de
la Vega Media del Segura. Estrategias de gestión y conservación",
podemos leer: «el cambio se ha iniciado ya, y es conveniente
encauzarlo antes de que la huerta de Murcia se convierta en un
espacio inhabitable (Calvo García-Tornel F. 1975);...
verdaderamente resulta inquietante y estremecedor la desaparición de
la milenaria Huerta de Murcia en un plazo relativamente breve de 100
años producido por un intrusismo urbano galopante la Huerta de
Murcia nos la estamos comiendo (Sempere y Zapata 1978) ...
desde hace décadas venimos viendo, de forma simple, llana y
doloridamente, la lenta agonía de nuestra Huerta ... defendamos con
nuestra noble y civilizada protesta esta Huerta que se nos pudre,
estos diseminados restos de una perdida arcadia (Sánchez
Bautista 1982)».
Desde hace más de tres décadas se viene denunciando la lenta agonía
de nuestra Huerta, y nadie parece interesado en poner remedio a esta
situación. No hay nada más que dar un ligero paseo por la Senda de
Granada o la de Monteagudo, para darse cuenta que el plazo de cien
años para su destrucción es demasiado optimista. La Huerta, con todo
su patrimonio agrario, natural, cultural e histórico está
sucumbiendo bajo el cemento y el asfalto. Y seguimos tan tranquilos.
¿Qué pensaríamos si, para levantar un edificio modernista o
construir una autopista, alguien decidiera derrumbar la Catedral de
Murcia o la Alhambra de Granada, de origen milenario como nuestra
Huerta?, ¿Acaso nuestra Huerta no atesora un pasado
histórico-artístico tan relevante como muchos de los elementos
histórico-artísticos declarados oficialmente?, ¿es qué los valores
naturales y paisajísticos de nuestra Huerta son menores que los de
cualquier Espacio Protegido de la Región?, y ¿qué decir de la
cultura agraria, del costumbrismo social y religioso de la Huerta,
documentado por Carlos Valcárcel, padre de nuestro actual presidente
de la Comunidad, en 1975?. ¿Nos tendremos que conformar con ver la
Huerta de Murcia a través del Bando y las Barracas de las Fiestas de
Primavera de Murcia, completamente de espaldas a la realidad de
nuestros huertos tradicionales?, ¿es así como debe representarse la
lucha encarnecida del murciano durante siglos para adaptar la
realidad física de las llanuras de inundación del Segura y crear con
armonía un riquísimo patrimonio agroecológico, cultural e histórico,
que le ha permitido construir su propia identidad?.
Desgraciadamente, el cambio anunciado hace tres décadas es ya una
realidad. Una realidad que afecta no sólo a la Huerta de Murcia. Lo
podemos ver, en mayor o menor grado, en el Valle de Ricote o en el
del Guadalentín. Y no sólo en los regadíos, también en los secanos
tradicionales convertidos, sin control alguno, en industrias,
invernaderos, macrourbanizaciones, campos de golf. Y el cambio no
sólo afecta al suelo, también a nuestra atmósfera, cada vez más
irrespirable, y al agua, cada vez más escasa, más contaminada, más
salada. ¿Es realmente esta la Región, el mundo que queremos para
nuestros hijos, para nuestros nietos?. Si es así, ¡todo sea por el
progreso y el desarrollo económico de nuestra Región! Pero, ¿por
cuánto tiempo?, ¿acaso no existe otro modelo de desarrollo más
acorde con nuestros recursos naturales, con nuestro patrimonio
natural, artístico y cultural, y que al mismo tiempo sea
económicamente rentable? ¿Qué es eso del desarrollo sostenible, que
desde 1988, está en boca de todos, incluida la clase política, y que
nadie sabe cual es su significado exacto? ¿Acaso es un mundo
sostenido por el ladrillo y el cemento, alimentado con productos
sintéticos, que tendrá su desarrollo en el interior de una burbuja?
JOSÉ MARÍA EGEA FERNÁNDEZ
Decano de la Facultad de Biología
Presidente de la Red de Agroecología y Ecodesarrollo de la Región de
Murcia
(LA VERDAD, 12 de enero de 2006)
EL LADRILLO DE LA HUERTA - José Mª
Riquelme Artajona |
Ayer, día 12 de enero el decano de la Facultad de Biología y
presidente de la Red de Agroecología y Ecodesarrollo de la Región de
Murcia, publicaba una interesante reflexión de carácter costumbrista
sobre el incierto futuro de la Huerta de Murcia como espacio agrario
de producción intensiva y hábitat tradicional.
A todos nos preocupa el urbanismo como disciplina y sus
consecuencias en la vida diaria de los que habitamos un territorio
determinado, por eso creo que resulta no menos interesante ahondar
en las causas que determinan el porqué de las cosas, y más teniendo
en cuenta que la opinión sobre cuestiones urbanísticas adolece en
ocasiones del grado de reflexión necesaria, y mucho menos tiene en
cuenta las múltiples disciplinas que lo conforman. Y digo esto
porque últimamente hay una tendencia generalizada a hablar del
ladrillo y del cemento como una suerte de entes autónomos que se
reproducen por generación espontánea siendo ellos solos los
culpables de que, efectivamente, la tradicional Huerta de Murcia sea
un lugar cada vez menos bucólico. Se pregunta el señor Egea qué
pasaría si alguien, para levantar una nueva construcción, decidiera
derrumbar la Catedral de Murcia. Pues pasarían muchas cosas, y una
de las menos dramáticas es que los arqueólogos del futuro seguirían
teniendo trabajo, y espero que se entienda la ironía.
Lo que yo creo es que determinados ejemplos sirven para horizontes
temporales muy distintos según de lo que se hable. Aquí la cuestión
es la siguiente: la huerta tradicional desaparece; hasta aquí casi
todos de acuerdo. Pero la cuestión de fondo es por qué desaparece.
Algunos piensan esto: hay determinados desaprensivos que lo llenan
todo de ladrillo y de cemento innecesariamente, y después, muchos
tontos (usted, lector) pican y compran un roalico alienados por la
propaganda consumista que incita a destruir todo lo que se ponga a
tiro. O por lo menos así se entiende por sus reflexiones. Y otros
pensamos así: las ciudades tienden a crecer alrededor de sí mismas,
aunque hay modelos urbanísticos de ciudad lineal y otros que en
determinadas circunstancias pueden ser aprovechables.
Las personas tienden a procrearse y desplazarse, y esto conlleva la
multiplicación de la especie, que necesita su espacio. Los
empresarios saben que ahí hay oportunidad, y resulta que le venden a
esas personas lo que necesitan y demandan, un hogar. Entonces viene
el dilema: ¿Damos viviendas e infraestructuras a estos desalmados
que tienen la desfachatez de querer establecerse en un territorio
avalados por las leyes vigentes, o seleccionamos genéticamente a
otros que como en la Edad Media tengan la obligación de seguir
cavando huertos (ellos y sus hijos y los hijos de sus hijos) para
disfrute de nuestro ego melancólico? Vuelvo a pedir comprensión por
la ironía. Y termino: Basta ya de culpar a los demás de nuestros
propios males, y sobre todo, basta de tirar la piedra y esconder la
mano. Nadie dice que nuestro sistema sea perfecto. Pero algunos
estamos hartos de que todos los que se oponen a él sean incapaces, y
son ya muchos años, de ofrecer una alternativa seria y viable al
urbanismo que conocemos hoy día.
Denunciar está bien y es necesario, pero un profesional formado debe
siempre aspirar a algo más. ¿Cuál es la alternativa para que la
Huerta de Murcia no desaparezca? Abanderados del desarrollo
sostenible, responded. Y no vale el exterminio de la especie.
JOSÉ MARÍA RIQUELME ARTAJONA
Secretario General de la Federación
Regional de Empresarios de Construcción de Murcia
(LA VERDAD, 13 de enero de 2006)
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LA ESTAMOS MATANDO ENTRE TODOS - José
Mª Egea Fernández |
El secretario general de la Federación Regional de Empresarios de la
Construcción contesta en La Verdad, el pasado viernes día 13 a un
artículo que publiqué el día anterior. Hasta aquí nada que objetar.
Sin embargo, su alegato me resulta incomprensible. Trata mi artículo
como reflexión de carácter costumbrista. Alude a convertir la huerta
en un lugar menos bucólico. Justifica las actuaciones urbanísticas
dentro de la legalidad. Y yo me pregunto, ¿quién habla de
costumbrismo, lugar bucólico e ilegalidad? Yo seguro que no. Sólo
el Sr. Riquelme utiliza estas palabras, para justificar no se qué.
Además, menciona cierta confabulación generalizada que culpabiliza
al ladrillo y al cemento como únicos culpables de la destrucción de
la Huerta. No comprendo cómo ha llegado a tal conclusión. Demanda
que los abanderados del desarrollo sostenible le respondamos, y no
se si se refiere a mí, que no me considero portador de ninguna
bandera, o a la Administración Regional que aprobó la estrategia
regional para la conservación y uso sostenible de la diversidad, o
el plan de desarrollo sostenible y de ordenación de la comarca del
noroeste. En cualquier caso, creo que debo aclarar algunos puntos.
Efectivamente, señor Riquelme, la culpa de la destrucción de la
huerta de Murcia (por si no tiene la conciencia tranquila) y de
otros muchos espacios naturales, no la tiene usted ni los
empresarios de la construcción. Ustedes lo único que han hecho ha
sido poner la lápida de asfalto y cemento donde les han permitido
(¡y todo de forma legal!). Antes de que ustedes llegaran con el
féretro ya nos la habíamos cargado entre todos. Hace varias décadas
que empezamos a convertir la huerta en una cloaca insalubre, en un
lugar donde el huertano no podía adaptarse a la nueva agricultura
industrializada. Una huerta que el huertano llegó a odiar y que tuvo
que abandonar para poder sobrevivir. Un huertano que décadas después
ha encontrado una alta rentabilidad en su huerta, arruinada y
fragmentada, fuera de la producción agrícola. Un huertano que quiere
vender para huir, sus hijos y él, de una huerta insana, desnuda y
muerta.
A la huerta no la han matado ustedes, la estamos matando entre
todos. Los científicos que hemos mirado hacia otro lado, los
técnicos y urbanistas, por no aportar una solución más
conservacionista. Los políticos por apoyar un modelo de desarrollo
insostenible en el tiempo. Los ciudadanos que no hemos sabido
presionar lo suficiente y nos conformamos con ver la huerta a través
del bando y las barracas. Todos somos responsables. Ustedes sólo han
ejecutado lo que los demás hemos permitido.
Y, ¿porqué debemos conservar la huerta? El señor Riquelme habla de
bucolismo y melancolía. El patrimonio histórico-artístico no tiene
nada de eso. Tampoco lo tiene el patrimonio natural y paisajístico.
Y mucho menos el aire que respiramos, al agua que bebemos y los
recursos genéticos que erosionamos. Vida y genes que se pierden con
la huerta tradicional. Genes del pasado que pueden solucionar el
futuro. Genes para el cambio climático, genes para los problemas
hídricos, genes para la gastronomía. Genes para el futuro. Recursos
que se pierden con nuestro pasado, con nuestra identidad. Esto, muy
señor mío, tiene poco de bucólico.
Me pide soluciones. Ojalá las tuviera, y también el poder de
aplicarlas. Pero no me corresponde a mí darlas, ni tengo el poder de
aplicarlas. Como científico puedo señalar los problemas, puedo
analizar soluciones aplicadas con éxito en otras ciudades y
regiones. Las soluciones las dan los técnicos. A los políticos les
toca decidir aplicarlas o no. Los ciudadanos tenemos la palabra y el
voto.
En cualquier caso, se me ocurren algunas soluciones viables. Que
parte de los beneficios obtenidos ya por la venta de la Huerta
repercuta en su conservación. Que la Administración adquiera, a
precios razonables para los propietarios, las huertas de mayor
interés agroecológico y las utilice como huertos de ocio o para lo
que se estime más oportuno. Seguro que hay muchas más soluciones. En
estos momentos estoy empezando el estudio. Y espero terminarlo. A
otros que se han atrevido a hablar antes que yo les han cortado las
alas.
De momento, doy por zanjada esta cuestión. Podríamos empezar un
cruce de acusaciones, de reprobaciones entre «abanderados del
desarrollo sostenible» y «abanderados del ladrillo» (espero que se
me entienda la ironía). No es mi estilo, no conduce a nada. Sólo a
la destrucción de lo que queremos conservar. Pongamos cada uno de
nuestra parte, nuestros conocimientos, nuestro trabajo, si queremos
preservar lo poco que nos queda, de huerta y de otras muchas áreas
que podríamos ordenar de forma más racional. Esta es la única
fórmula que tenemos para alcanzar el verdadero desarrollo económico
perdurable que nuestra región se merece. Como científico seguiré
investigando. Como ciudadano me queda la palabra y mi voto.
JOSÉ MARÍA EGEA FERNÁNDEZ
Decano de la Facultad de Biología
Presidente de la Red de Agroecología y Ecodesarrollo de la Región de
Murcia
(LA VERDAD, 18 de enero de 2006)
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